LA BATALLA DE TRAFALGAR
El 21 de octubre de 1805, una flota combinada franco-española, al mando del vicealmirante francés Pierre de Villeneuve (1763-1806), con el teniente general del mar Federico Gravina (1756-1806) como jefe de la escuadra española, que había salido dos días antes del puerto de Cádiz rumbo a Nápoles (con la manifiesta oposición de los marinos españoles que recomendaban esperar, por ser el viento desfavorable y aproximarse una tempestad a la zona), antes de llegar al estrecho de Gibraltar, se encontró con la Armada Británica, a las órdenes del vicealmirante Lord Horatio Nelson (1758-1805), que la estaba esperando frente al cabo de Trafalgar.
La batalla de Trafalgar no sólo se convertiría en una de las más importantes de la historia naval sino que influiría, de modo significativo, en el futuro de las naciones que participaron en ella.
En el complejo y variable entramado de las relaciones internacionales de la época, en tiempos de la batalla de Trafalgar, la España de Carlos IV (o, habría que decir mejor, de Manuel Godoy (1767-1851), que era quien manejaba realmente los hilos del poder) se había comprometido con Napoleón no sólo a contribuir económicamente a la guerra contra el enemigo común, la Gran Bretaña, sino a poner a su disposición a la Armada Real preparada para el combate.
Sin embargo, la situación en la que se encontraba la flota española, en aquel momento, no era la deseable para la guerra en el mar. La reciente epidemia de fiebre amarilla que había azotado Andalucía había dejado a la flota española sin la cantidad suficiente de tripulantes, por lo que muchos marineros tuvieron que ser reclutados en una apresurada y obligatoria leva. Estos marineros eran de diversos orígenes: mendigos, campesinos, soldados de infantería... Más tarde, Mazarredo comentaría: "Llenamos los buques de una porción de ancianos, de achacosos, de enfermos e inútiles para la mar." El mismo estado de los buques era lamentable, tanto que algunos capitanes españoles habían sufragado de su bolsillo las reparaciones y la pintura de sus barcos para no quedar deshonrados ante los capitanes franceses.
La batalla duró unas seis horas. La flota franco-española quedó, prácticamente, aniquilada. Francia perdió doce de sus dieciocho barcos y España diez de los quince barcos con los que luchó. Lo peor: los muertos y heridos. El número de bajas españolas fue de 35 jefes y oficiales y 1.022 marineros y soldados muertos, y 31 jefes y oficiales y 2.405 marineros y soldados heridos. En Trafalgar murieron, entre otros muchos, Cosme de Churruca, alcanzado por un disparo de cañón en una pierna, Luis Pérez del Camino Llerena, Dionisio Alcalá Galiano y Francisco Alcedo y Bustamante. Gravina moriría pocos meses después a causa de las heridas que sufrió en la batalla. El número de bajas francesas fue aún mayor: unos tres mil trescientos muertos, más de mil doscientos heridos y unos quinientos presos por los ingleses. Entre los prisioneros estaba el propio Villeneuve. Las bajas inglesas fueron: 449 muertos, entre ellos el vicealmirante Nelson, y 1.241 heridos.
Para mayor desgracia, esa misma noche se desató la tormenta que los marinos españoles habían previsto. Algunos, de los hombres que habían sobrevivido a la batalla, naufragaron y perdieron la vida. La tormenta duró hasta el día 27. Los barcos españoles que pudieron, y algunos franceses, volvieron a refugiarse en Cádiz. El vicealmirante Collingwood, que había quedado al mando de las fuerzas británicas tras la muerte de Nelson, decidió perseguirlos con una parte de sus naves, y estableció el bloqueo del puerto de Cádiz.
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