martes, junio 25, 2013

J.M.W. TURNER

TORMENTAS Y CATÁSTROFES

Contemplo en el Museo del Prado los cuadros de Joseph Mallord William Turner (1775-1851), pintor del que apenas tenía información, aunque siempre me ha agradado, sobre todo por sus obras de su última etapa, como este Anibal y su ejército cruzando los Alpes.

Su padre, William Turner, fue un fabricante de pelucas que luego se convirtió en barbero. Su madre, Mary Marshall, un ama de casa, fue perdiendo su estabilidad mental paulatinamente siendo joven, quizá debido a la muerte de la hermana pequeña de Turner, en 1786. Ella murió en 1804, recluida en un psiquiátrico.

Tormenta de nieve en alta mar
Posiblemente esta situación condujo a que el joven Turner fuera enviado en 1785 con su tío materno a Brentford, un pequeño pueblo al oeste de Londres, cerca del río Támesis. Allí Turner mostró por vez primera su interés por la pintura. Pronto desarrolló su capacidad artística, tanto en el óleo como también con la acuarela. Entró muy joven en la Real Academia de Arte. Viajó por Francia, Suiza y sobre todo visitó varias veces Venecia.

A medida que paseo por la exposición me voy enterando de la influencia de los pintores clásicos en su pintura, a los que emulaba (Rafael, Leonardo, Rubens, Claudio de Lorena, Poussin, Ruysdael, Rubens, Caneletto, Teniers, Watteau, Gainsborough,..). Una gran parte de su obra son pinturas de temas tradicionales, históricos, arquitectónicos, paisajes, encargos académicos. Así obtuvo el reconocimiento público que tanto le importaba. Sus cuadros estaban perfectamente acabados. Tenía una gran ambición y esas obras estaban destinadas a su exhibición y venta. Era su faceta pública.

 Cabaña destruida por un alud (1810)

Poco a poco fue cambiando y consolidando un estilo propio, quizá por la influencia del color de la pintura veneciana, de los hallazgos de los efectos de la luz, del romanticismo, del mar, de la fuerza de los elementos de la naturaleza, de la riqueza de la tiniebla. Se sintió atraído por las catástrofes de la naturaleza y por la fuerza de lo sublime, con su fuerte carga simbólica, que a la vez es capaz de provocar violentas emociones. Fue soltando su pincelada, liberó el color y la forma.

Conforme envejecía, Turner se volvió muy excéntrico. Tuvo pocos amigos, excepto su padre, que convivió con él treinta años, asistiéndole eventualmente en su estudio. Su padre murió en 1829, lo cual le produjo una honda impresión, por la que entró en depresión.
 
Esta exposición es un magnífico ejemplo de la evolución de su pintura, y en ella podemos encontrar su culminación: el díptico compuesto por Sombra y Oscuridad –la tarde antes del Diluvio, y Luz y Color –la mañana después del Diluvio, ambas de 1843. Él llevaba años preparando lo que consideraba su liberación final.
Sombra y oscuridad. La tarde antes del Diluvio (1843)
Durante la vida de todo artista –y de todo ser humano– existe una gran elección: ver o mirar. A esas alturas de su vida Turner ya se había decidido definitivamente por renunciar a todo el tesoro de formas adquirido a lo largo de muchos años y sustituir la mirada, como fase de aprendizaje, por la visión. Algunos han querido ver en ello un antecedente del arte abstracto o no figurativo, pero no se trata de eso. La mirada es el aprendizaje de la visión, que se logra en la madurez que todo artista anhela alcanzar. Poco importa si el resultado es figurativo o abstracto. En estas pinturas sobre los colores del Diluvio encontró el argumento que necesitaba. Nunca la oscuridad había sido tan densa, como la tarde antes de la catástrofe, y consiguió la visión esencial, el triunfo del color, representando la luz de la mañana después.

Luz y color. La mañana después del Diluvio (1843)

El paseo artístico entre sus tormentas y catástrofes tardías me hace pensar. Cuando estamos acuciados por los problemas y a merced de elementos hostiles y poderosos, en lugar centrar la mirada en el frío, las olas, la enfermedad, la ruina, la soledad, los aludes y el naufragio, cuánto mejor sería que fuéramos capaces de superar esa mirada para trascenderla en nuestra propia visión. O dicho de otra manera, que aunque no nos quede más remedio que sufrir cuando toca, también podemos pensar que resistir no es sólo el camino para sobrevivir y seguir sufriendo, sino también una vía para dotarnos de sentido e ilusión. Turner lo consiguió tarde, pero por esas obras ha sido recordado. 
Esas otras pinturas estuvieron, en su mayor parte, ocultas en su estudio. Se descubrieron tras su fallecimiento y son precisamente las que interesan al espectador moderno, hasta el punto que algunos piensan que habría que juzgarle sólo por ellas. Esos cuadros y acuarelas representan hoy el Turner más conocido. Fueron los cuadros que nunca expuso en su amada Academia, que tantos éxitos mundano le deparó. Murió en 1851 y está enterrado en la Catedral de San Pablo, en Londres. La mayor parte de su obra se puede contemplar en la Tate Gallery, pero si ustedes no quieren o no puede viajar, tienen más cerca la oportunidad del Prado. No se la pierdan.

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