EL TALLER DEL PINTOR
EL TALLER DEL PINTOR : Joseph Mallord William Turner
Un retratista de sensaciones y conceptos
Hoy analizamos la obra de uno de los más destacados pintores de la historia, y desde luego el mejor entre los británicos. Nacido en 1775, fue un estudiante destacado de pintura que asombró a sus coetáneos por la calidad y contundencia de su modo de entender la pintura. Fue discípulo de sir Josuah Reynolds, y prontó creó una nueva manera de representar el paisaje, prescindiendo de la forma para centarse en la sensación; prescindiendo del academicismo para acentuar el cromatismo hasta conventir la pincelada en emoción. Su técnica, ya apuntada por otros genios como Leonardo, Velázquez o Goya, pero esta vez elevada a su máxima categoría, parte del concepto, iniciando la abstracción como objetivo y culmen del proceso comunicativo de un artista que abandona lo figurativo, para centrarse en explorar nuevos mundos.
Esto tuvo como consecuencia que en sus últimos años, cuando su pincel prescindió de todo apriorismo, que le tomaran por un demente. Incluso su amigo, el escritor John Ruskin, pensó que se le había ido la cabeza. Todo lo contrario, fue precursor de movimientos como el impresionismo en pintura, o el dodecafonismo en música.
Analizamos hoy parte de su obra, centrándonos en, según épocas, algunas de sus obras maestras. En primer lugar Aníbal cruzando los Alpes (1812), donde plasma las sensaciones que tuvo cuando asistió al espectáculo que le ofreció una fuerte tormenta. Crea así por primera vez un espacio imposible de claros y oscuros naturalista y brutal a la vez, donde lo que importa no son los personajes, sino la fuerza de la naturaleza desatada en las montañas.
Lluvia, vapor y velocidad (1844), es eso, lo que dice su título. No importan las formas, sino la de un único objeto que atisba una locomotora viajando por un paisaje atmosférico donde sólo lo rectilíneo indica de qué se trata, avanzando entre el color como si estuviese en movimiento a punto de salir del cuadro. Inigualable y mágico.
Su tendencia a la disolución, le llevará a pintar otras obras maestras a caballo entre lo real y el mundo de los sueños, como por ejemplo El barco de los esclavos o Amanecer con monstruos marinos (1845). En el primero usa el color y la pincelada suelta para ilustrar el horror del tratamiento que se daba a los esclavos tras ser capturados, arrojados al mar sin más ante cualquier circunstancia adversa. Arte y crítica social.
En el segundo, quizá el más mágico, todo aparece por intuición, dentro de una atmósfera marina nimbada por lo divino, donde un sol invisible dota de vida a cuanto aparece, que identifica con seres monstruosos bramando sobre la superfeicie de un mar amarillento.
Murió en 1851, en Chelsea, y fue enterrado en la catedral de San Pablo. Descansa no muy lejos de gran parte de su obra.
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