viernes, mayo 03, 2013

TURNER Y LOS MAESTROS

Turner y los Maestros, Museo del Prado, Madrid


Hola a todos! Este miércoles voy a hablar un poco sobre una de las exposiciones que tuvo el Museo del Prado recientemente y que esperé con más expectación. Se trata de la exposición que recoge gran parte de la obra del maestro de las marinas y de las acuarelas, William Turner. 



Sinopsis: El Museo del Prado abre al público la gran exposición Turner y los Maestros, procedente de Londres (Tate Britain, del 23 de septiembre de 2009 al 31 de enero de 2010) y París (Grand Palais, del 22 de febrero al 24 de mayo). La exposición pone de manifiesto que el artista británico realizó su obra con perfecta conciencia de la pintura de los maestros antiguos, a los que estudió en profundidad, sin dejar de prestar atención a la aportación de algunos de sus contemporáneos.


La exposición plantea por primera vez un diálogo entre las obras más relevantes del artista, las de losmaestros de otras épocas y los de la suya propia. En el Museo del Prado, donde se expondrán un total de 80 obras procedentes de instituciones y colecciones europeas y norteamericanas, se incluirán algunas novedades con respecto a las muestras de Londres y París como Sombra y oscuridad. La víspera del Diluvio, Luz y color. La mañana después del Diluvio y Paz.Entierro en el mar, tres obras maestras que Turner realizó al final de su carrera


Crítica personal: Fui a esta exposición impaciente por ver que más me podía ofrecer este gran pintor que por diversas razones tan influyente es en mi forma de entender el arte. En primer lugar porque quizás es el primergran genio que utiliza acuarela con asiduidad y para obras importantes (no solamente para bocetos). En segundo lugar es un enamorado de las marinas y de los cielos tormentosos (como creo serlo yo). Por último Turner tuvo una influencia capital en movimientos artísticos posteriores (en especial influyo en la modernización del paisaje del S.XIX) y fue precursor (sobre todo en su última época) del arte abstracto. 


Había tenido la fortuna (nunca mejor dicho, porque acudí de pura casualidad) de asistir a una exposición sobre este pintor que estaba vigente durante Septiembre del 2008 en el Metropolitan Museum de Nueva York. Aquí recuerdo que se cubría casi totalmente la última etapa de Turner, esa donde las formas se pierden y los cuadros transmiten sensaciones (desasosiego, fuerza o luz) propias de las tormentas más feroces. He de decir que aunque la exposición de Madrid no recogía de una manera tan completa los últimos años de Turner, fue una experiencia extremadamente interesante enfrentarme de nuevo a un quasi-monográfico del autor. 


Selección: De entre una exposición tan completa difícil es elegir obras sueltas, pero aquí va mi selección (por supuesto cualquiera que discrepe es libre de compartir su opinión ;))

Luz de Luna, J. M. W. Turner, 1797

Barcos holandeses en un temporal, J. M. W. Turner, 1801

El Estudio del Artista, J. M. W. Turner, 1808

Tormenta de nieve, J. M. W. Turner, 1812

Paz - Sepelio, j. M. W. Turner, 1842

Tormenta de nieve - Vapor frente a la bocana de un puerto, J. M. W. Turner, 1842


En líneas generales, es una de esas citas que si bien no decepciona, te deja un sabor agridulce, y la impresión de que estás sólo a una pieza de entender de manera completa la vida y obra de alguien tan influyente en el arte como lo fue Turner. Aun así volvería a ir, ¡dos veces más si hace falta! ¡Qué grande eres Turner!


TURNER SE MIDE CON LOS GRANDES MAESTROS


MADRID, 21 Jun. (EUROPA PRESS) - 

   Las principales obras paisajísticas deWilliam Turner (Londres 1775-1851) se exhiben a partir de mañana en el Museo del Prado junto con los grandes maestros que admiró y también sus coetáneos con los que rivalizó como Claudio de Lorena, Rubens, Rembrandt, Watteau, Canaletto o Tiziano. Bajo el título, 'Turner y los maestros' se exhiben 42 obras del pintor inglés, la mayoría de ellas nunca antes vistas en España.

   Esta muestra, organizada por la Tate Britain, en colaboración con la Réunion des Musées Nationaux y Galeries Nationales du Grand Palais, llega a Madrid tras su éxito por Londres y París. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y la baronesa Carmen Thyssen inauguraron hoy la muestra.

    J. M. W. Turner (1775-1851) fue un notable pintor nacido en Londres, está considerado uno de los más importantes paisajistas de toda la historia del arte, sus acuarelas logran una perfección extrema. Fue un joven prodigio, con solo 14 años entro en las escuelas de la Royal Academy of Art, a los 15 fue aceptado y solo un año después ya estaba exponiendo en la Academia, lo que no dejó de hacer en toda su vida. Fue un viajero incansable, recorriendo su país y Europa con un cuaderno de apuntes siempre dispuesto. Se le considera uno de los precursores del impresionismo aunque estaba inscrito inicialmente dentro del romanticismo. Pueden ver una extensa selección de sus obras en AllPosters. 

MAESTROS Y CONTEMPORÁNEOS 

  En este sentido, la exposición pone de manifiesto que el artista británico realizó su obra con perfecta conciencia de la pintura de los maestros antiguos, a los que estudió en profundidad, sin dejar de prestar atención a la aportación de algunos de sus contemporáneos.

   En esta misma línea, el director adjunto del Museo del Prado, Gabriele Finaldi, señaló que la muestra traza el desarrollo de una pintor de orígenes humildes hasta convertirse en un "coloso" que dominó los diferentes estados de la Naturaleza. "Querer competir con los grandes pintores hizo que se encontrara con su propia voz desde muy joven", alegó Gabriele Finaldi.

   Entre las 80 obras que se exhiben, se incluyen, destacar la presencia de 'Naufragio de un carguero', Tormenta de Nieve: Anibal y su ejército cruzando los Alpes, Paz, Entierro en el mar, Sombra y oscuridad, la tarde del Diluvio, Luz y color (la teoríade Goethe).

SÓLO EN EL PRADO

   Muchas de las obras expuestas proceden de instituciones y colecciones europeas y norteamericanas, pero en el Prado se incluyen algunas novedades con respecto a las muestras de Londres y París. Así, cuadros como 'Sombra y oscuridad. La víspera del Diluvio', 'Luz y color. La mañana después del Diluvio' y 'Paz. Entierro en el mar', tres obras maestras que Turner realizó al final de su carrera, pueden disfrutarse en la muestra del Prado, abierta hasta el 19 de septiembre.

   En cuanto a las obras de otros pintores incluidas en la exposición, resaltar algunas grandes obras maestras de otros artistas nunca antes expuestas en España como 'Muchacha en la ventana' de Rembrandt y 'Les Plaisirs du Bal' de Watteau procedentes de la Dulwich Picture Gallery en Londres. Sin olvidar los impresionantes lienzos de Claudio de Lorena o de Rubens. También se expone únicamente en el Prado 'Un barco inglés en un temporal tratando de ganar barlovento' del pintor holandés Willem van de Velde el Joven.

   'Turner y los Maestros', realizada con el patrocinio de AXA y la colaboración de la Comunidad de Madrid, ofrecerá a los visitantes la posibilidad de percibir los vínculos del artista con otros pintores muy destacados y el modo "profundamente original" en que asimiló su influencia desde el período inicial de su carrera a sus últimas composiciones.

   La muestra podrá visitarse en horario ampliado en virtud de un acuerdo con Turismo Madrid, empresa pública de promoción turística del Gobierno de la Comunidad. La medida hará posible que unos 40.000 turistas más puedan disfrutar de la exposición.

   Turner y los Maestros se podrá ver desde mañana hasta el 19 de septiembre. El horario de la muestra se prolongará dos horas cada día, desde las 20 hasta las 22 horas, de martes a sábado, durante los meses de julio y agosto. Turismo Madrid aporta 100.00 euros para hacer posible esta ampliación, cifra que se suma a los 450.000 euros que la Vicepresidencia y Consejería de Cultura y Deporte ha puesto para poder traer a Madrid esta importante exposición, tras su paso por Londres y París.

J.M.W. TURNER


Né à Covent Garden à Londres, William Turner est le fils d'un barbier et fabricant de perruques, William Gay Turner. Sa mère, Mary Marshall, perd progressivement la raison, probablement à cause du décès de la jeune sœur de William, Mary Ann, morte en 1783 et meurt dans un asile, en 1804.
Le jeune Turner est envoyé en 1785 chez un de ses oncles maternels à Brentford, petite ville à l'ouest de Londres, sur les rives de laTamise. C'est là que son intérêt pour la peinture s'éveille. Un an plus tard, il se rend à l'école à Margate, dans le Kent, à l'estuaire de la Tamise. À partir de cette époque, il commence à produire des dessins que son père expose à la vitrine de son commerce.
Il a seulement 14 ans lorsqu'il entre à l'école de la Royal Academy of Arts (11 décembre 1789) puis est admis à la Royal Academy elle-même un an plus tard. Turner marque un vif intérêt pour l'architecture, suivant notamment des cours de perspective et de topographieavec le dessinateur en architecture Thomas Malton, avant que l'architecte Thomas Hardwick ne lui conseille de persévérer dans la peinture. Une première aquarelle de Turner est acceptée à l'exposition d'été de la Royal Academy alors qu'il n'y est élève que depuis un an.
Il subit l'influence d'artistes tels que Guillaume Van de VeldeAelbert CuypJohn Robert CozensWilsonClaude Gellée dit Claude le Lorrain ou encore Nicolas Poussin. Il est remarqué par un amateur d'art de l'époque qui lui permet de rencontrer divers artistes commeThomas Girtin avec qui il se liera d'amitié. Il travaille d'abord la gravure.

Sa carrière

Pêcheurs en mer1796, huile sur toile, 91 x 122 cm, Tate Gallery
D'un style alors plutôt rigoureux, il expose sa première huilePêcheurs en mer, en 1796, année à partir de laquelle il exposera chaque année à la Royal Academy, jusqu'à la fin de sa vie, à de très rare exceptions près. Son caractère romantique est alors révélé par ses représentations de paysages pittoresques de la Grande-Bretagne, mettant la technique au service de sa propre esthétique ; ses paysages maritimes se prêtent aisément aux jeux de reflets de lumière qu'il affectionne.
Renommé pour ses huiles, Turner est également un des plus grands maîtres anglais de paysages à l'aquarelle. Il y gagnera le surnom de « peintre de la lumière »[1]. Ses tableaux, paysages et marines d'Angleterre, lui vaudront rapidement une grande réputation si bien qu'il devient membre titulaire de la Royal Academy à l'âge de 27 ans[2]. De 1807 à 1828, il y enseigne la perspective et, en 1845, obtient un poste de professeur suppléant. Son talent lui apporte reconnaissance et confort et lui permet de posséder sa propre galerie à partir de1804.
Turner voyagera beaucoup tout au long de sa carrière, d'abord en Angleterre et en Écosse, puis, après la paix d'Amiens en 1802, enFrance, en Suisse, aux Pays-Bas et en Italie, particulièrement à Venise, ville où il séjournera à trois reprises (en 1819, 1829 et 1840) qui lui sera une importante source d'inspiration. En Angleterre, Turner est souvent l'hôte de Lord Lamont à Petworth House dans le Sussex, ce qui donnera naissance à une célèbre série de peintures.
Turner dans son atelier, aquarelle, 14 x 19 cm, British Museum
Avec l'âge, Turner devient de plus en plus excentrique et taciturne. Il a peu d'amis et de proches, à l'exception de son père qui habitera avec lui jusqu'à sa mort en 1829, travaillant pour son fils comme assistant. La mort de son père affectera beaucoup Turner qui sera dès lors sujet à des accès de dépression. Turner ne se mariera pas, mais aura deux filles avec Sarah Danby, puis aura pour compagne la veuve Sophia Caroline Booths à partir de 1833, avec laquelle il vivra comme mari et femme.
En 1846, il se retire de la vie publique, vivant sous le pseudonyme de Mr Booth. Il expose une dernière fois à la Royal Academy en 1850et, le 19 décembre 1851, Turner meurt au domicile de sa compagne à Chelsea. À sa demande, il est enterré à la Cathédrale Saint-Paul de Londres où il repose aux côtés du peintre Joshua Reynolds. Dans son testament (rédigé en 1829) Turner lègue une grande partie de ses œuvres à la National Gallery. Aujourd'hui la majorité de ses réalisations sont conservées à la Tate Gallery de Londres.

Œuvre

Musique à Petworth, (1835), huile sur toile, 121 × 90,5 cm, Tate Gallery

Ses influences

À partir de 1802, l'envie de voyager l'emmène sur le continent européen , principalement en France et en Suisse, d'où il rapporte, évidemment, des aquarelles mais aussi le goût pour certains artistes, comme Claude Lorrain et ses représentations de la mythologie. Turner peint ainsi des fresques antiques comme Didon construisant Carthage en 1815. Il s'inspire aussi du Liber Veritatis de Lorrain en ce qui concerne son ouvrage, Liber Studiorum, établissant ainsi une classification des différents types de paysages.

Sa technique, ses répercussions

Son passage d'une représentation plus réaliste à des œuvres plus lumineuses, à la limite de l'imaginaire (Tempête de neige en mer, 1842), se fit après un voyage en Italie en 1819 (Campo Santo de Venise). Turner nous montre le pouvoir suggestif de la couleur, ainsi, son attirance pour la représentation des atmosphères le place comme un précurseur de l'impressionnisme jusqu'à devenir « le peintre des incendies » ; d'autres préfèrent pousser plus loin encore leur analyse en voyant dans l'absence de support descriptif dans les œuvres de Turner, les prémices de l'abstraction lyrique.

Quelques œuvres

Dogana et Santa Maria della Salute, Venise1843, 91,4 × 122 cm, National Gallery of ArtWashington D.C.

    EL PAISAJE Y LA LUZ


    Joseph Turner, El paisaje y la luz

    Turner (Joseph Mallord William, 1775-1851) inquietó a todos aquellos que le conocían por su falta de conformismo, con la idea aceptada de gran artista. Continúo siendo un fiel representante de su origen ingles (un Cockney), impenitente, no muy escrupuloso con la higiene ni con la correcta pronunciación, pero si apasionadamente dedicado a las cosas que le importaban. Desde el principio se reconoció su grandeza siendo su carrera una fuente permanente de reacciones desconcertantes pero positivas a lo largo de su vida. Aunque su costumbre de verter y empapar pintura sus lienzos fuese más allá de lo comprensible, tenían el sello indiscutible de la genialidad.
    Se asocia a Turner con el color, pero sus obras iniciales son oscuras ya que en ese momento le preocupaba la realidad de la escena y, además, su drama inherente. A mediados de su carrera empezó a sentir fascinación por la luz. El lugar nunca pierde su utilidad, pero es como punto de luz, una especie de preciado recipiente, por lo que importa.
    Se hizo amigo de un grupo de acuarelistas ingleses que en esa época desarrollaban principalmente un arte basado en la atmósfera de un lugar, además de su aspecto topográfico. Esta nueva forma artística se denomino “pintoresca”. La primera formación de Turner fue como acuarelista, y llegó un momento en que se percató del especial potencial de la acuarela para la libertad de expresión de sus óleos, creando así un nuevo lenguaje sin precedentes.



    "Mortlake Terrace" 1826

    “Mortlake Terrace”, no contiene en principio ningún elemento dramático. Representa un atardecer de principios de verano, con el Támesis en su tranquilo fluir, los barcos aventurándose en el río, los altos árboles alienados en el paseo moviéndose ligeramente con la brisa, las sombras caen sobre la hierba corta, unas pocas personas miran un perro que se sube al muro . En realidad no sucede nada y, sin embargo, el drama resulta vibrante como siempre. La luz es la preocupación del artista; todo es un pretexto para su verdadera meta, la representación de esta delicadeza de luz solar. La luz vibra en el aire, transforma las colinas lejanas con su blancura, hace que los árboles resulten translucidos, forma una sombra oscura y en diagonal sobre la monótona hierba, que adquiere por medio de ella una fascinante textura; la luz esconde el mundo y lo revela.


    "Tempestad de nieve" 1842

    J.M.W.TURNER




    Entre septiembre de 2009 y enero de 2010, la galería Tate Britain fue la sede de un encuentro planeado para que Canaletto, Claude, Poussin, Rembrandt, Rubens y Tiziano se enfrentaran con uno de sus pupilos más famosos: Joseph Mallord William Turner (1775-1851), alta bandera del romanticismo inglés que ondeó tanto en el orbe etéreo de los impresionistas como en el imperio de los signos de la pintura abstracta. Bautizada comoTurner and the Masters, la exposición me hizo evocar aquel septiembre de 2003 en que emprendí mi primer viaje a Londres y, desdeñando las advertencias de un amigo que —al igual que yo— rehúye el barullo turístico hasta donde es posible, me dejé llevar por el flujo de esa ciudad que permanece unida a nuestra imaginación gracias al cordón umbilical del río Támesis. Hospedado en un hotel a escasas cuadras de Kensington Gardens, aproveché mi estadía no sólo para asimilar la poética de los parques y el olor a historia profunda sino para practicar una errancia museística que me depositó, una mañana en que el pizarrón celeste era alterado apenas por los jets y sus trazos de gis, en la Tate Britain. Ahí me topé cara a cara con Turner, o mejor, con el mundo según Turner: un mundo moldeado literalmente con las manos —el pintor empleaba dedos y uñas, que no se cortaba, para aplicar y herir los colores— y conquistado por una luz que late con la fuerza de un corazón encendido, como si el artista acechara detrás de cada lienzo con una flama o una linterna apuntada directamente al centro de la escena elegida. Ahí leí lo que Henri Matisse escribió en 1943: “Turner vivía en un sótano. Una vez a la semana pedía que los postigos se abrieran y entonces, ¡qué incandescencia! ¡Qué deslumbramiento! ¡Qué joyas!” Me pregunté si el sótano sería el de la pequeña casa que Turner adquirió en 1846 en Chelsea, en el número 6 de Davis Place, donde aumentó su misantropía y fue atendido hasta su deceso por Sophia Booth, la segunda de sus amantes reconocidas. (Fiel a su idea de que el matrimonio y las artes no combinan, el pintor no se casó ni siquiera con Sarah Danby, madre de sus hijas Evelina y Georgiana y modelo para sus dibujos eróticos.) En esa casa, rodeado por los fantasmas de su padre —el cómplice devoto que fungió como asistente, cocinero y jardinero ocasional hasta su fallecimiento en 1829— y de su madre —víctima de un desequilibrio mental que la arrojó al psiquiátrico de Bedlam, donde murió en 1804 en el olvido absoluto—, Turner expiró con una frase consagrada al fulgor: “El sol es Dios.”
    Un sol no divino sino malévolo, la pupila de un ser colosal escondido entre las nubes, presideAníbal cruzando los Alpes: el cuadro que pude ver en la Tate Britain, cerca de los objetos rescatados del último hogar de Turner —una paleta, tres pinceles y una caja metálica con óleos y pigmentos—, y en el que el artista “tan inglés como una taza de té” cede el paso al “pintor del caos, la conflagración y el apocalipsis: el poeta cockney próximo a la locura”, en palabras de Simon Schama. Ambientado al inicio de la Segunda Guerra Púnica, el lienzo recrea la táctica militar más destacada de la antigüedad: la travesía emprendida en octubre de 218 a.C. por Aníbal Barca, el general cartaginés cuyo ojo perdido luego de una oftalmía no le impidió aguzar una mirada estratégica. Al frente de un ejército integrado por cuarenta y seis mil soldados de distintas etnias y treinta y siete elefantes, Aníbal se internó en la cordillera alpina para tomar por sorpresa a las tropas romanas que esperaban la invasión de Italia; las condiciones meteorológicas extremas, sin embargo, acabaron por mermar sus huestes casi a la mitad. Este episodio, una prueba más del dominio de la naturaleza sobre el hombre patente en toda su obra, repuntó en la memoria de Turner como una metáfora de las guerras napoleónicas en 1810 mientras pasaba una temporada en Farnley Hall, la finca de su amigo Walter Fawkes ubicada en Yorkshire. Un día el artista salió a caminar con el hijo de Fawkes por las llanuras de los alrededores y, al notar que se incubaba una tormenta, ambos empezaron a dibujar; una vez concluido el arrebato que le permitió realizar apuntes de color y forma, Turner enseñó el resultado al niño y dijo: “En dos años verás esto y se llamará Aníbal cruzando los Alpes.” Y así fue: en 1812 el cuadro se exhibió en la Royal Academy of Arts, de la que el pintor era miembro desde los quince años, acompañado por versos del extenso poema (“The Fallacies of Hope”) que secundaría otras aventuras plásticas. Turner, dice Schama, “hace algo increíble con la tempestad de Yorkshire: no es sólo un clima pintoresco sino un juicio cósmico”. Y algo más, pensé, observando a Aníbal montado en su elefante Surus y reducido a una sombra recortada contra la furia de los elementos: es la evidencia de que la luz del arte termina por deslumbrar a la historia. En este óleo donde el romanticismo deriva hacia la abstracción en unos cuantos trazos, Turner demuestra que todo, aun la oscuridad y sus marejadas, está iluminado por su pincel.
    [Imagen: J. M. W. Turner, Aníbal cruzando los Alpes, 1810-1812]

    HACIA EL ESTALLIDO


    ¿Qué ha ocurrido para que, de pronto, todo se reduzca a una violenta explosión de luz? ¿Qué fue lo que llevó a Joseph Mallord William Turner a ir despojando de sus obras cuanto hubiera de anecdótico para que los trazos y los colores lo fueran dominando todo? Sus mayores logros los hizo cuando pintaba paisajes. Poco a poco, las olas de sus mares se fueron agitando más y más y, de pronto, como si él mismo hubiera sido absorbido por un furibundo maelstrom, ya sólo pintó un grito, un gesto, un estallido. Lo mismo le pasó con los atardeceres: dejó que la luz fue lo fuera deglutiendo todo hasta que sólo quedara su afán de desparramarse en el cuadro. Este punto extremo al que llegó Turner está presente en unos cuantos cuadros de la exposición que le dedica el Prado, pero lo que hay ahí sobre todo no es tanto el final del trayecto sino el camino que recorrió. Sus maestros y los desafíos con sus contemporáneos, las influencias que fue incorporando, su gusto por copiar a quienes admiraba, su pasión por la competencia. Dos detalles sintetizan bien la personalidad de Turner: su rápida incorporación a la academia y su gusto por viajar. De un lado, las normas y los hábitos de la vieja institución. De otro, el gusto por lo desconocido, la voluntad de abrirse al mundo.
    Turner Snow Storm-Steam-Boat off a Habrbour's Mouth 1842
    La exposición del Prado tiene la medida apropiada para estar a la altura de su legítima ambición: la de ilustrar cómo se va cocinando un gran artista (en la imagen: Tormenta de nieve, 1842, de Turner). Lo curioso, y fascinante, es descubrir que lo haga copiando y compitiendo. Copiando de mala manera, sin pudor, por la mera disciplina de entender desde dentro qué llevó a sus predecesores a elegir esta fórmula o aquélla. Rembrandt, por ejemplo, concentró la luz de su cuadro sobre la huida a Egipto en el fuego que encienden los padres de Jesús durante un descanso, y Turner ensaya el mismo efecto en una de sus piezas. Con Claudio de Lorena, a quien admiró de manera incondicional, los parecidos comienzan siendo escandalosos: los mismos árboles situados en los márgenes del lienzo, el mismo puente y el mismo número de figuras que, vaya, visten atuendos de colores semejantes. Pero luego ya se va viendo cómo el discípulo va tomando distancias: y la sobria contención de los cielos de su maestro en el Puerto con el embarque de Santa Ursula dejan de serlo en su obra El declive del imperio cartaginés, donde la luz empieza a adquirir una inquietante turbulencia. Turner va afirmando, poco a poco, su querencia por el desgarro de los románticos, por sus excesos, aunque siga trabajando en los marcos clásicos que ha heredado de sus mayores. Hasta que, de manera sutil, de pronto ya es otro y es dueño de cada uno de los registros de su lenguaje. "Sí, la atmósfera es mi estilo", dijo por entonces.
     595px-Joseph_Mallord_William_Turner_083Turner entró en contacto con la Royal Academy desde muy pronto, con catorce años (en la imagen, un autorretrato de Turner). Con quince, ya exhibió una acuarela en una de las exposiciones colectivas de verano. No tardó en pintar óleos, pero lo que importa sobre todo es esa estrecha relación que lo ligó durante toda la vida a la institución. En la muestra del Prado puede verse cómo, una y otra vez, fue sometiendo sus obras a los críticos que frecuentaban la Academia. Era ahí donde Turner comprobaba hasta qué punto había imitado con destreza a los grandes. Pero lo que también favorecía al artista era el clima de competencia que allí se generaba. Se ocupó de copiar a sus maestros, y al mismo tiempo compitió con fervor con sus contemporáneos: con  Clarkson Stanfield, con Philip James de Loutherbourg, con  Thomas Girtin, con John Constable.
    Frente a ellos, siempre forzó al máximo el espectáculo. La obra de Turner tiene una querencia por el lado enigmático y salvaje de la naturaleza, pero como pintor era amigo de los efectos especiales. Sus mejores piezas son seguramente aquellas donde su afán por impactar queda barrido por la propia naturaleza que vuelca en el lienzo. Es ahí donde se produce el estallido: el puro color, la materia, el gesto. Cuando Turner abandona las enseñanzas que ha ido incorporando con dedicación y disciplina y se atreve a ser él mismo.

    TORMENTAS DE TURNER


    Tarde de bochorno. El calor encierra a las almas soñolientas entre paneles de brisas mecánicas. La luz se desvanece tras la ventana. Un estruendo anuncia la ansiada  tormenta. La lluvia estalla contra cristales y aceras entre rayos y esperanzas. Tras veinte minutos la calma nos devuelve una ciudad limpia y fresca.
    Aprovechamos la última tarde en Madrid para visitar el Prado. Costumbre iniciada el año pasado cuando visitamos la exposición de Sorolla. Encontramos el paseo exultante de hojas nuevas. Qué bonita esta Madrid con estas lluvias. Entramos en  la exposición sin esperas. Pocos saben que permanece abierta las noches veraniegas.
    En las paredes, los cuadros de J. L. W. Turner entre los de los maestros que inspiraron sus pinceles: el clasicismo del admirado Claudio de Lorena, las marinas de van Ruisdael, las intimidades de Rembrandt, los interiores de Battista, los paisajes de Constable. Asombra la veneración con que emuló formatos y temas aprehendiendo las esencias de otras épocas.
    Los grandes lienzos de su etapa académica en los que recrea los pasajes bíblicos de De Lorena , Tiziano y Poussin. Los interiores de la escuela holandesa, los molinos de viento y las pinceladas cada vez más sueltas que moldean los cielos empastados en blancos y amarillos de Venecia. Esos cielos sublimes entre brumas y nubes de tormenta que le transformaron en un artista único.
    Porque Turner libera los fondos con texturas de acuarela elevándolos sobre figuras y escenas desdibujadas y trabaja infinidad de matices en amaneceres y ocasos verdaderos protagonistas de sus telas. Unas telas trasmutadas en manchas modernas que agitan sombras de tormenta sobre aguas revueltas. La genialidad de un gran maestro.
    Snow Storm-Steam-Boat off a Harbour’s Mouth. JMW Turner. 1842.

    TURNER Y LOS MAESTROS


    La Tate Gallery se unió al Museo del Prado y a la Reunión de Museos Nacionales franceses (RMN) para presentar, primero en Londres, a partir de mañana en París y este verano en Madrid, una visión similar y/o levemente diferente de William Turner (1775-1851), precursor de insospechadas modernidades.
    Un artista británico que siguió tan a rajatabla la regla número uno de su época: “imitar a los grandes maestros del pasado”, que se convirtió en uno de los más audaces padres del impresionismo y la abstracción.
    La muestra permanecerá abierta hasta el próximo 24 de mayo con el título “Turner et ses peintres“ (Turner y sus pintores). No exactamente el mismo con el que podrá verse en Madrid del 22 de junio al 19 de septiembre próximo, “Turner y los maestros”.
    Sin duda, el Grand Palais podría difícilmente recurrir a ese mismo enunciado tras el apabullante y reciente éxito, también mercado-técnico, de “Picasso y los maestros” (783.352 visitantes del 6 de octubre de 2008 al 2 de enero de 2009).
    El enfoque parisino revela además un matiz especial dentro de esta triple exhibición que es ante todo el “fruto del trabajo de más de 50 años de los investigadores de Turner, muchos de ellos ya muertos”, explicó el comisario francés, Guillaume Faroult. Gracias a ellos “sabíamos perfectamente qué cuadros vio Turner y qué cuadros le inspiraron”, también “sabíamos donde estaban, pero la dificultad era conseguir los préstamos”, añadió el conservador del Museo del Louvre, una de las instituciones que gestiona la RMN.
    En sus grandes líneas, agregó Faroult, la exposición “fue concebida en Londres”, luego cada cual desarrolló su propia visión en París para plasmar “el encuentro del artista con el Louvre y con los artistas franceses contemporáneos suyos, en especial en lo que concierne al paisaje”.
    Búsqueda que llevó a mostrar “lo que los maestros aportan a la modernidad”, pues en cierta forma, Turner “quiso conciliar la belleza clásica con los elementos de la modernidad, que son los que consisten en representar la atmósfera, la luz, el movimiento y la velocidad”, explicó Faroult.
    El pintor británico lo hizo “principalmente gracias a su técnica, con una factura muy visible”, donde la pintura “es muy espesa y se ven mucho los colores directamente echados sobre la tela”, aplicados sin particular dulzura y con relieve, a diferencia de cómo hacían los maestros antiguos, subrayó. Lo que quería Turner era “hacer visible la pintura con su materialidad, su peso, su consistencia y su textura”.
    No fue el único en utilizar esa técnica, pues muchos pintores ingleses trabajaban ya con ella algunos fragmentos de sus cuadros, pero, resaltó, sí fue el primero en llenar con ella toda una obra. Respecto de las principales influencias francesas, Faroult resaltó ante todo dos, Lorena (1600-1682) y Poussin (1594-1665), aunque precisó que trabajó igualmente sobre Watteau (1684-1721) y otros artistas como Gericaux (1791-1824), “cuyo “Radeau de la Méduse’ pudo ver en Londres y del que hizo una variación”, ausente de París y que tampoco pudo verse en Londres.
    En relación con la exposición de la Tate, la gran diferencia será una mayor ausencia de maestros holandeses que también impregnaron la creatividad de Turner, y la existencia de más pinturas al óleo y menos acuarelas, explicó.
    Faroult dijo ignorar cuál será el enfoque que se le dará en el Prado, que prestó al Grand Palais dos “Moisés salvado de las Aguas”, uno de ellos de Lorena, el otro de Veronese (1528-1588), una de las grandes influencias italianas de Turner. El comisario francés recordó que el gran viajero Turner no visitó nunca España ni se conoce de momento “una relación directa de España en su pintura”. Consideró, sin embargo, interesante “hacer una arqueología de lo que pudo ver” para saber si este contemporáneo de Francisco de Goya estudió la pintura española “que en su época comenzaba a ser descubierta por los pintores ingleses”.
    Es un tema que “no ha sido estudiado hasta ahora y que tampoco está documentado”, pues como no fue nunca a España no hay nada en sus notas ni en sus numerosos cuadernos, llenos de croquis y reflexiones sobre sus lecturas y sobre los cuadros que veía, añadió Faroult.
    Turner y sus maestros
    “El incendio del Parlamento”, de J.M.W. Turner.

    EL ARTE QUE AMO


    EL ARTE QUE AMO: "AMANECER CON MONSTRUOS MARINOS" DE J. M. W. TURNER



    "Amanecer con monstruos marinos". 1845

    No soy muy amante del paisaje pero me parece inspirador el trabajo de Joseph M. William Turner. El gran pintor inglés fue un pintor principalmente, por no decir únicamente, de batallas ultramarinas y paisajes ingleses. No obstante en su obra pictórica de mediados de 1840, él abandonó las escenas épicas de batallas y paisajes de su amada Inglaterra para centrarse en las cuestiones elementales: la luz, el clima, el agua, la niebla, el aire y la bruma.

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